Entonces, amiga,
lo que pasa es que si, yo,
no te puedo ver a vos,
entonces, amiga,
nadie tiene el derecho,
hoy, de verme a mí.
Ni el espejo lo niega,
ni este frío de penas,
atrapadas en bocanadas
de aire seco,
con el único propósito
de tajarme con silencio.
Amiga, ni idea
qué haces ni me importa,
aunque ayer te pedía la sal,
—qué idiota, qué egoísta—
ahora te pido el azúcar,
¿no extrañas el fainá con pimienta?
Préstame la urgente consideración
de esto que te escribo
como el manifiesto de un caso grave
de extrañitis estacional.
Qué ternura hay entre esas palabras exigentes
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