Llegué a la puerta del lugar y me pidieron el concepto, yo solo había llevado mi cédula de identidad —y por las dudas, no más—, por lo tanto, fui a buscarlo. No me lo había olvidado, no tenía uno. En el bondi también me lo pidieron, me tuve que bajar en la primera parada, pues ya había arrancado.
Pasé varias cuadras tratando de justificarme y de tanto pensar y caminar me dio hambre. En una esquina encontré un carrito de empanadas fritas, le pedí dos de queso y cebolla sin antes preguntar el precio. Cuando la vendedora me lo dijo, entregándome las dos empanadas en una bolsita de papel junto a un par de servilletas, se las dejé sobre la canasta donde se escurría el aceite y salí corriendo, no soy une ladrone. A le próxime cliente seguro se las ofrecería con descuento, por la módica suma de tan solo un concepto frío.
Por fin, llegué a casa, pero no pude entrar porque la puerta ya no tenía cerrojo, no tenía pestillo, y la alfombra, que antes me daba la bienvenida, ahora me pedía aquello que no tenía.
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8 respuestas a “Dámelo, dale”
[…] Dámelo, dale […]
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Que odisea
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Muy original, yo lo interpreto como aquellos que desean cosas y no encuentran lo que quieren porque no aceptan lo que tienen. Es mi posición, lo que interpreto. Un saludo cordial
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¡Gracias, Marisa! Saludos
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Gracias por esa historia en que el absurdo se entremezcla con lo cotidiano, Damián.
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A mi, aunque sin aclarar realmente lo que se quiere, me parece muy erotico.
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excelente compatriota!!
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Muchas gracias, Maria Raquel !! ❤
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